El otro día, en St. Cugat, vi junto al hotel que dos lugares se hacían la competencia para el desayuno. Los dos tenían grandes carteles en catalan anunciando sus estupendos desayunos al mismo precio de 2,15 euros, 25 céntimos más caro de mi lugar en Madrid. Como me gusta probar el primer día me metí en el local de la derecha. El desayuno, un croissant y un café con leche estuvo correcto y además de una camarera guapa, aseada y simpática. El segundo día me metí en el de la izquierda. El camarero con legañas y enfundado con actitud de mala leche.
- Qué le pongo, me pregunta.
- Café y croissant por favor. Por cierto, lo hacen a la plancha?
- Si
Cuando me sirvió el croissant me entregó una roca negra infumable que no mereció el más mínimo de los bocados. Me enfadé tanto que le pedí inmediatamente la cuenta con la intención de salir de allí escopetado. Mi sorpresa fue mayor cuando me dice que son 3,20. Su excusa era que mi croissant estaba hecho a la plancha. Hecho a la plancha!!!!! dijo el canalla, y que ello exigía un recargo. Aparte de decirle un par de cositas en referencia al precio y calidad, el único pensamiento que me vino a la cabeza fue pensar lo fácil que ese imbécil me ha puesto la decisión de donde desayunaré muchos días de los próximos meses.
